Que levante la mano quien no quiera ser feliz. O quien no se haya planteado si la felicidad es posible o sólo una quimera. La felicidad ha sido la búsqueda constante de la Humanidad, una meta que parece inalcanzable y que cada uno define a su manera. «¿Dónde ponemos la felicidad?«, se pregunta la socióloga María Ángeles Durán. Ella misma se contesta: «Aunque hiciésemos una encuesta a los 7.000 millones de personas que hay en el planeta, iríamos encontrando un panorama distinto«.
Hace tres años, la ONU declaró el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad para reconocer así la relevancia que tiene la búsqueda de este objetivo humano, al que Naciones Unidas califica como fundamental. Además, invitaba a todos sus estados miembros y a la sociedad civil en general a promover mediante nuevas medidas y políticas públicas «la felicidad y el bienestar de todos los pueblos».
¿Es la felicidad una búsqueda baldía o un objetivo realista? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando sentimos felicidad? ¿Puede medirse? ¿Por qué las sociedades menos avanzadas parecen más felices? Preguntas profundas que requieren respuestas bien meditadas. De profesionales que no empezaron precisamente ayer a plantearse estas cuestiones vitales.
Junto a María Ángeles Durán, 72 años, primera mujer que obtuvo en España una cátedra de Sociología, contestan el doctor Joaquín Fuster, prestigioso neurocientífico de 85 años y profesor en UCLA (Universidad de Los Ángeles); Jerónimo Saiz, de 66 años, jefe de Psiquiatría del hospital madrileño Ramón y Cajal y catedrático de la Universidad de Alcalá; y Rafael Santandreu, psicólogo de 46 años, con consulta de psicoterapia en Barcelona, divulgador televisivo y autor de libros como ‘Escuela de felicidad’, ‘El arte de no amargarse la vida’ y ‘Las gafas de la felicidad’.
«La definición de felicidad cambia de persona a persona y de época a época», explica María Ángeles Durán sobre un sentimiento que es difícil de atrapar. Una sensación que parece muy complicada de fijar y hacer estática. «Ahora mismo, para mucha gente es consumir muchas cosas. Para otras personas es no sufrir. Estamos entre la felicidad como un estado anímico muy exaltado y como un estado casi de resignación. ¿Qué da más valor a la sociedad? Una buena mezcla: La capacidad de no desesperarnos nos ha ayudado mucho en estos años tan malos desde 2007; pero la creatividad, esa pulsión por el crecimiento y por la dominación de lo exterior, nos ha abierto muchos caminos«, destaca esta mujer que se define como mucho más feliz ahora que cuando era joven.
«Tenía más inseguridades, deseos y proyectos que estaban amenazados. Ya no tengo en el horizonte tantos riesgos. La agonía es mucho más frecuente en la juventud, después se va atemperando», señala esta investigadora.
La socióloga subraya las encuestas realizadas en distintos países de la Unión Europea que afirman que el sentimiento de bienestar individual no es mayor en países con mayor renta per cápita que en los que tienen una riqueza menor. «Por ejemplo, en este sentido España está muy bien, mucho mejor que otras economías más ricas como Alemania».
En 2014, en los diferentes barómetros del CIS en los que se preguntó a los españoles su grado de felicidad de una escala del 0 al 10, la mayoría se colocaba entre el 7 y el 8, una calificación de notable. Aunque, al realizar un análisis histórico de cómo se suele responder a estas preguntas, esa apreciación siempre se sitúa en las cómodas cifras intermedias, esas que hacen que los encuestados no destaquen ni por el exceso ni por el defecto. Por ejemplo, en marzo de 1975, poco antes del fin del franquismo, el 58% de los españoles se consideraba bastante feliz; y entre abril y junio de 2012, era el 43,1% de los encuestados el que se calificaba de esa manera.
«El paro, un elemento muy importante de dolor, se ha resuelto en estos últimos años con menos sufrimiento e infelicidad de la esperada«, sentencia esta socióloga sobre lo que considera «una herida muy grave en la sociedad española», acostumbrada desde dos generaciones atrás a siempre mejorar. ¿La explicación? «La sociedad española ha encontrado unos recursos, unas redes de solidaridad y una capacidad de ajustarse a lo que hay y bajar expectativas gracias a las cuales no hemos tenido un conflicto social más grave. Ha sido ceder, encontrar recursos no materiales y redistribuir bienes no al nivel del estado sino del de las familias».
Información extraída del siguiente enlace: http://www.elmundo.es/espana/2015/03/17/5508112ce2704e434f8b457e.html